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El dibujo del domingo

El dibujo del domingo

Tarde de domingo, el lupanar de las horas muertas, desértico cementerio de coches,  neblinas y minutos. Todo se cuece afuera en la tarde del domingo . Dentro, la marmita del hastío y de la felicidad sin más, está en plena ebullición. Entonces dibujo de cabeza, dibujo como el hombre primero que descubrió la tarde de un domingo lluvioso en una cueva, sonaban cláxones y "mascletás" en forma de animal herido, moribundo, ensangrentado, dolor inmemorial en su belfo, todo lanzas, flechas clavadas a golpe de pedernal. Era domingo en la cueva. Al raso del domingo los cazadores destazaban al gran manut. Cantaban. Gruñían. Reían. Dentro, el mago de los pigmentos, pintaba con los dedos sobre la pared. Negro de humo, rojo de sangre. A mí, esta tarde antediluviana, me salió ésto.

Otra página de mi cuaderno

Otra página de mi cuaderno

Entonces, solos. Playas, cornisas, pasos solapados sobre el terciopelo del lunes. Bendita inercia. Camino despacio porque me lo propongo-¿dónde vas con tanta prisa?- me digo, mientras camino sumido en gelatinas  y campanas.  El tanatorio de los rincones cuajado de borrachos me dicta la senda. Apenas hay ya mariposas.

¡Esta lentitud de lluvia y caritas de plata bajo un paraguas!

Entonces, solos, y esta soledad de cuchillo que nos hace garrapatear trazos azules sobre cualquier papel, nos devuelve al niño que fuimos, paraguas, barrizales, colegio, grises maestros, patios, lluvias.

Violentos naranjas al amanecer

Violentos naranjas al amanecer

Mira mis manos,

sarmientos que arañan violentos naranjas al amanecer.

Mira mi pubis de ceniza y tardes de espera.

Mira mi vientre seco,

abrojos que claman a la luna.

Dónde están mis hijos

sino en los inhóspitos hisopos

de los hospitales que alivian

las últimas voluntades.

Dónde está mi espalda

herida por el dolor y el imsomnio.

Mira mis pies,

harapos que limpian,  a su paso, el polvo del viento.

Mira dónde pisas, que aún conservo la inocencia.

Mírame y no llores

pues el tiempo me ha detenido.

CAPRICHO

CAPRICHO

Todo el día en estas penumbras, tinieblas de pasillos, todo el día en casa con mi hijo, horas para consumir, momentos que se adhieren a las puertas, a las paredes, a los rincones, por todos los siglos, porque así son los momentos memorables. Música y martillazos de la obra eterna que es la ciudad, estas risas engastadas sobre mi pelo que es la alegría de mi hijo, estas soledades acompañadas, el juego, las alfombras, tirarme al suelo con él sin hacer caso del tiempo, paraíso encontrado, polvo en suspensión, parada y fonda en cada minuto.

 

Aún así tuve tiempo de reorganizarme esta “habitación propia”. Sabía que algo me incomodaba y no era sólo la luz, no era Virginia Woolf que venía avisándome desde la solapa de sus diarios, no es que la sombra de mi propia mano me impidiera ver mis garabatos, es que la mesa, desde siempre, me pedía a gritos que la pusiera bajo la ventana. Al final creeré en el feng shui. La luz abofeteaba mis cosas, las sombras se desparramaban a mi espalda, y no sé que estelas de alfombras, paredes, ventanas, risas intemporales, manos diminutas, puntos de vista cambiantes, horizontes caseros recién estrenados, mi hijo, me convertían en un individuo privilegiado…Momentos que cabalgan felicidades inesperadas, lo infinitamente pequeño.  Este es mi primer dibujo en esta nueva ubicación. Lo he llamado “Capricho”, acordándome de Goya, porque caprichoso es completar el azar del garabato, sobre todo en días calmados como éste, donde el mar, la playa, el amistoso arrimo de otras personas son perfectamente prescindibles.

Un poema, en un viejo cuaderno, que no recuerdo haber escrito.

"Debemos cuidar la líquida armonía

de las horas,

leer en la madrugada,

en la naturalidad del pájaro

que sobrevuela todos los amaneceres

sin dejarse uno, de por vida.

Debemos cuidar los nenúfares del tiempo,

porque es el tiempo

el que nos alimenta."

acuarela

 

 

Este es mi trabajo, ordenar el agua, darle cauce, salida, dejar que seque, romper el magenta, suavizar el amarillo, caer en el vértigo del violeta.

Pinto manos para que me acaricien, sonrisas francas como acantilados para que me sujeten. El agua se nutre de la tierra y nace la danza, el gesto, el dolor, el movimiento. ¡Cuántos años metiendo el mar en un papel...!

La acuarela es el llanto de los pinceles, un universo de tierra, vapor, agua, dulces o tremendos presentimientos, caminos rotos, fuentes que sacan de dudas al verde de los paraísos, gasas que acarician pieles, pieles que son gasas, rasos, terciopelos, el mundo submarino y una oración que ahora no recuerdo.

Sense títol

Pasan los días vestidos de polvo en este estercolero de horas . Guardapolvo de minutos, triste aspaviento de oro en suspensión.  Exactamente hay castillos de humo al otro lado de las ventanas, húmedas venas del atardecer. Yo no quiero volverme cuerdo en esta patraña, prefiero el deambular de los locos por los circos del aire. Esta mañana de sol e infancia, cascabeles de humo, ciencia cierta de todas las humoradas, y un payaso inteligente que nos sacaba las risas con tenazas. El sol inclemente puntualizaba el sitio exacto donde ponerse para padecer lo justo. Y la humorada barroca del actor-dios que nos podía subido en la nube- escenario, en la hoja de parra de su oficio que bordaba con volutas de humo y honestidad. Era honesto porque a mi hijo le arrancó la carcajada que es la palanca de la felicidad y digo actor-dios porque la risa franca, abierta de un niño es el renacimiento del color en el gris pantano en el que , en ocasiones, no forzamos a vivir. Gracias de corazón a todos los que nos sacan las castañas del fuego de la tristeza y sacan nuestros días de todos los estercoleros.

dibujo

dibujo

Un susurro de tinta al oido de Rembrandt. La última noche del Renacimiento, que hace carbón, sanguina, el paso del tiempo.

*

Alguna vez encontraré en la noche el negro profundo que preciso para dibujar las verdaderas sombras de los sueños.

*

La mano vencida que agarra la nada, el silencio.

*

Yo, alguna vez, acaricio catedrales

Tengo el teclado entre las manos, tengo entre los dedos la penumbra de este cuarto, y tengo mil segundos para contar, tengo el sabor meloso del polen, la sombra acariciante de las catedrales, el aroma verdinegro del rio, la luz alcahueta de los rincones y ningún tema para escribir. Pero tiempo al tiempo, porque para escribir sólo hay que ser libre y ver aquí, en esta pantalla, ese charco que es tu pensamiento, me  pone como un violonchelo  ronco. Libr e, libre quiero ser.  No la toques más, que así es la rosa, los caireles de la rima estorban al poema, y en este plan.

Mañana pasaré la lengua por el asfalto, y acariciaré algún gato muerto para sentirme aún más vivo. Si es negro, mejor.

Saludos amigos

Cinco minutos

Es el gris de campanario el que a veces embota el alma, el aire lúgubre , metálico que asesina momentos, magias minúsculas, músicas de otro mundo. En ocasiones hay lluvia o niebla en los cinco minutos que te roban y la melancolía orina pared abajo su flujo de tiempo que huele a madera vieja. Suele ser el momento preciso en que todo debería congelarse, encapsularse, petrificarse para hacerse eterno. Pero el gris campanario vuela siempre por el aire con su cuchillo de matarife para cortar los cinco minutos que aún me quedan antes de entrar a formar parte  de la posteridad que no sé si deseo.

Qué dulces eternidades en cinco minutos, qué flor, qué dulce muerte.....

Bécquer y un verano rojo.

Bécquer y un verano rojo.

Porque era Bécquer quien hacía el verano y no las golondrinas. El estaba tras los montes, en el naranja casi rojo del atardecer, cuánto templario llevaba el viento, cuánta flor de lis o almena, o mirada femenina  a través del cristal, tres fechas y un cuaderno de dibujo, cuánta osamenta, cuántas palabras breves arrastradas por ojivas, tomillo, duermevela, pocos años y un caudillo  que decoraba de rojo un verano equivocado.

Salamanca a los quince años de la tarde.

Querían los álamos que me volviera sombra, ruina de quince años que paseaba, Tormes arriba de la mano de alguna flor que se volvía libélula al dar las nueve campanadas en no sé qué monumento hastiado de turistas.

Salamanca moría a mis pies porque Sartre ya empezaba a malherirme a las quince de la tarde de un domingo cualquiera, espejo, agua, catedral, doncella núbil a la que me agarraba por inercia. Nos sudaban las manos, que eran los únicos fluidos compartidos mientras recitaba poemas mal aprendidos. Y los juncos silvaban melodías que nunca entendía. Porque yo no quería el légamo, ni el olor batracio de las obas marinas del Tormes, que desquiciaban mis domingos llenos de nada y lujuria contenida.  En realidad, lo único que quería, es que pasara de una vez todo aquello e irme a mi cuarto a escribirlo, que era la única forma de vivirlo con elegancia.

Querían los álamos que me volviera sombra y lo consiguieron. Sombra fui, y sombra sigo siendo, al amparo del Tormes, que muerto ya, aún existe y sé que me espera, soy la misma sombra que los álamos del río querían. Sombra soy, más sombra enamorada.

Mañana

Mañana será otro día. Las mismas campanadas del mismo campanario me empujarán para que me levante. Es preciso que salga fuera, que me espante los fantasmas, que cumpla no sé qué tipo de norma. Todo está calculado. Todo vuelve a empezar, una y otra vez. Y aún me alivia el aire fresco cuando abro la puerta y saludo al primer conocido que se cruza conmigo, por que es otro día, porque al día se le suponen grandes cosas, pero siempre es lo mismo. El asombro de un rincón soleado, las palomas, el cierzo severo de la Glorieta, el café cortado, el periódico, el trabajo, la quintaesencia de la última pincelada que torna siempre a ser la primera. El vagabundaje, los momentos, las horas.

Mañana será otro día y yo estaré allí para verlo. Y me alegraré. Y daré gracias a Dios.

Detener el tiempo

Detener el tiempo

   Entonces la lluvia, que machaconamente golpea el asfalto, me incita a la felicidad de saberme vivo y acodado en una mesita redonda y férrea de cafetería como las de antes, donde la gente se sentaba a echar la tarde, a escribir, a leer o a contemplarse el ombligo, ante un café bien tirado.  Llueve violentamente y sin parar, como toda la vida que dijo el del premio, el de la mazurca para dos muertos, cona, qué arranques tenía este hombre, elefante literario, ese hombre comía palabras y metáforas. Entonces estoy allí, viendo llover como Isabel en Macondo, a través del cristal, empercudido por un infame rótulo que corta la calle y la lluvia en porciones. Pero el nombre es bonito: "El Celler de Lliris".

 Son la cuatro de la tarde, una hora menos para Lorca y llueve de tal modo que el agua desmenuza el tiempo, y vierte trapos grises sobre la calle. Son las cuatro de la tarde, hora propicia para reposar la cabeza sobre el silencio y escuchar la lluvia que es como un Satie que golperara el piano con los dedos húmedos de bourbon.

Las cuatro de la tarde. La inminencia  del atardecer y de la noche en la que ahora vivo me hacen ser precavido, y meterme hasta los codos en ese momento en el que rozo la cordura, porque no hay mejor bálsamo para el alma, que una tarde de lluvia en la que detienes el tiempo.

Dibujo. Mujer

Dibujo. Mujer

El negro profundo y terciopelo, noche serena que dibuja con manos de lluvia el cuerpo de una mujer, de un árbol, manos que mecen el aire de grafito y cedro, ahí están todas las desventuras, todos los gatos ocultos y todas las noches por las que uno ronda delante del aire que lo empuja. Es el negro profundo el que me incita, es la curva que mueve el lapicero, es la esquina donde da la vuelta el aire, la que me mantiene, vivo, insomne y razonablemente feliz.

Pianoforte

Pianoforte

Ya sé que no es posible el estado de felicidad permanente, son los momentos, brevísimos, casi insignificantes,  como parpadeos los que dignifican  la  vida, los que te hacen creer en el arpa de hierba que crece sin un motivo justificado,  entre el asfalto. Entonces, sin comprender nada, escuchas un piano en la lejanía, donde habita el ladrido, el humo de hogar, el pitido monótono del tren. De allí, de esos confines de la tristeza, suena un piano, que te transporta a todos esos momentos olvidados donde te colmó una diminuta felicidad. Y entonces lloras, con las lagrimas más dulces, porque sabes, que cuando vienen mal dadas, cuando los perros son jauría a lo lejos, cuando parece que ya han pasado todos los trenes, cuando las chimeneas ajenas te llenan de una odiosa melancolía, es posible que puedas contar con un ángel fieramente humano que, a lo lejos, confundido con la tristeza del horizonte, toca una balada sólo para ti.

Dibujo

Dibujo

Me gusta dibujar, me transporta, me saca la lluvia del alma, sobre cualquier superficie, con cualquier cosa. Es una experiencia única, insustituible. Sigue siendo como el primer día, una mañana parecida a esta en que cogí un lapicero por primera vez y empezó a salirme algo reconocible bajo mi mano.

Mi sistema es sencillo. Promuevo un caos importante sobre la superficie del papel a base de garabatos enérgicos. Lo que allí sale, poco a poco, va sugiriéndome formas reconocibles que sólo tengo que completar. Es como ordenar el caos. La creación en estado puro. ¿No es para sentirse bien?

Esta noche

Esta noche

 Domingo, 24 de febrero de 2008.

He visto la luna llena, y las flores recientes cuidadosamente atadas a una farola. Creo que eran rosas blancas y un letrerito debajo que no acerté a leer porque iba en el coche y el semáforo estaba un poco más arriba. Debiera haber parado, pero ya se sabe, el tráfico, las prisas... .Ahí se mató un chico hace años y nunca faltan flores frescas atadas a la farola. La luna llena viste el asfalto de fantasmas. Pasan coches a toda prisa y tampoco veo a sus ocupantes. La luz láctea de la luna llena no llega a todos los rincones.

-Alejandro, no te duermas.- Le digo a mi hijo mirando su sombra por el espejo retrovisor.

-No me duermo.- Contesta, y su voz también es de sombra y duermevela.

Todo el día fuera de casa. Tengo ganas de llegar. Tengo ganas de olfatear mi casa, el nido tranquilo donde habitan los aromas que exhalo. La luna llena no entra en mi casa aunque la adivine detrás de estas paredes. Sé que mi casa, por fuera, es un espectro herido por la luna, como toda la calle, como toda la ciudad que ahora, sosegadamente duerme. Pero está ahí fuera. La luna sigue ahí fuera, gasa blanca, nenúfar roto que todo lo abarca. Ahora es muy alta la noche. Alejandro duerme con la tranquilidad, el bienestar que le dan sus cuatro años. Me encanta su habitación, sus peluches, sus rotuladores, sus monstruos, sus dinosaurios de plástico. Su habitación es el mundo surrealista y caótico que me gustaría habitar y que, de algún modo, comparto con él. 

Son las doce y media, una hora prudente para matar sueños. La luna llena sigue ahí fuera, iluminándolo todo sesgadamente, mi casa, la ciudad, el asfalto, las rosas blancas atadas a la farola, los ocupantes de los coches con los que me crucé, el chico muerto que, sin saber por qué, una noche como esta, se convirtió en rosa blanca, en haz de luz, en luz de luna.